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Del preámbulo a la motosierra: la democracia que supimos conseguir

Termina el año de los 40 años. Mientras reinterpreta el concepto de libertad, el poder hizo de la igualdad una mala palabra. Avances y retrocesos de una joven democracia que por sí sola no alcanza. Se terminó el terror y se consolidó la vida y la paz, pero todavía la mayoría de los argentinos espera vivir mejor.


Por Francisco Laiseca

Publicado originalmente en Diario Punto Uno el 29/01

Se cumplen 40 años del período constitucional más extenso de la historia argentina. Pasó de todo. Incluyendo la sucesión récord de cinco presidentes en tan solo 11 días que marcaron a fuerza de piquetes y cacerolas el turbulento verano 2001/2002. Algunos dicen que la historia se repite, otros dicen que la historia continúa.

La democracia, el gobierno del pueblo para el pueblo. Aquello que había nacido con el sueño socialdemócrata de Raúl Alfonsín; aquello que osciló entre neoliberalismo y progresismo en los 90 y los 2000; aquello que solían disputarse radicales y peronistas y que ahora —fuera ambos del poder— nos deja a las puertas de una inédita experiencia anarcocapitalista propuesta por el flamante presidente liberal-libertario Javier Milei.   

Cuando el intelectual estadounidense Fracis Fukuyama escribió El fin de la historia (1992), la mayoría de los politólogos de occidente solía coincidir en que los valores que dieron origen a la democracia liberal gozaban de muy buena salud y estaban más que asegurados.  

El autogobierno a través de representantes, la división de poderes, la universalización de los derechos civiles y la protección social del Estado (en menor o mayor medida) constituyeron los pilares de un modelo político que en Europa había empezado a consolidarse a partir de la posguerra y en América algunas décadas más tarde, cuando se logró superar la segregación racial institucionalizada en Estados Unidos y los golpes militares permanentes en el cono sur.

Las alternativas autoritarias como el fascismo y el comunismo habían sido derrotadas militar, electoral y culturalmente. Con matices —tanto en países desarrollados como emergentes—, el capitalismo como ordenador económico y la democracia liberal en tanto organizadora de lo político y lo social habían llegado para quedarse.

El modelo en crisis

La ilusión duró tanto como pudo frente a un mundo que aceleró sus transformaciones como nunca antes en la historia. La frustración popular creciente frente a la desigualdad económica y el meteórico ascenso de líderes antisistemas en los últimos años obligó a pensar que algo había fallado. La insatisfacción democrática y el descreimiento en el sistema han alcanzado niveles impensados décadas atrás. Ya no todo el mundo considera que la democracia sea el mejor sistema político posible, ni que sea capaz de resolver los viejos problemas heredados, ni mucho menos que esté a la altura de enfrentar los nuevos desafíos en la era de la inteligencia artificial y la biotecnología.

Aquella expresión de deseo que esbozaba Alfonsín se convirtió en un espejo de las limitaciones y la frustración. Con la democracia per se no alcanza para trabajar, comer, educar y curar. Al menos no para la demanda de 47 millones de argentinos. Pasaron cuatro décadas desde aquel diciembre de 1983: dos de cada tres chicos en la Argentina son pobres. O la propuesta fue muy ambiciosa o algo falló sensiblemente.

Es imposible cualquier análisis de los 40 años de democracia en Argentina sin tener en cuenta los fenómenos de la globalización que la han afectado. Hace algunos días, el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, reveló sus lecturas para estas vacaciones. Entre ellas, un libro del historiador alemán Yascha Mounk, quien se dedicó los últimos años a la producción de investigaciones que intentan identificar, explicar y reflexionar en torno a los factores que desencadenaron la crisis de la democracia liberal en occidente. Mounk identifica, principalmente, tres elementos comunes que se manifiestan en los países donde ascendieron líderes y regímenes populistas autoritarios: 1- la ansiedad económica en una sociedad que consume como nunca antes pero que registra los más extremos niveles de desigualdad. 2- La irrupción de la hípercomunicación en red, la desinformación y la sustitución de la prensa tradicional por la circulación libre y masiva de noticias falsas y discursos de odio. 3- El miedo y la inseguridad de los grupos sociales hegemónicos frente al reconocimiento y la irrupción en la escena pública de grupos étnicos o religiosos minoritarios, diversidades y migrantes.

Los nuevos populismos

En todo el mundo estos factores de tensión se han convertido en un caldo de cultivo ideal para los renovados discursos de líderes populistas de derecha: Entre otros Donald Trump, Giorgia Meloni, Viktor Orbán, Jair Bolsonaro y más recientemente Javier Milei. En su promesa populista incluyen todos el mismo libreto: la lucha contra las elites políticas tradicionales y las instituciones democráticas, a quienes atribuyen la responsabilidad del malestar social y económico; del mismo modo se invisten en portadores de la verdad y se sirven, profundizan y viralizan teorías conspirativas y discursos de odio; para, finalmente, identificar en los progresismos, los inmigrantes y las minorías a los enemigos de las naciones: mexicanos y asiáticos en Estados Unidos, musulmanes y refugiados africanos en Europa, trabajadores bolivianos y paraguayos en Argentina.

Como nunca en la historia, las decisiones que se toman en los grandes centros de poder impactan de lleno y de inmediato en el derrotero económico y social de la Argentina: el precio internacional de las materias primas, de los salarios, de los combustibles, del financiamiento monetario o de la infraestructura tecnológica son cuestiones que condicionan el desarrollo nacional y exceden a la planificación y la administración del Estado fronteras adentro. Si en la década de los 60 los intelectuales latinoamericanos, con el tucumano Raúl Prébisch en la presidencia de la CEPAL, ya explicaban la dificultad estructural para lograr el desarrollo de la región a través de la Teoría de la Dependencia, en la actualidad el proceso de subordinación frente a las principales potencias se ha extremado aún más. 

La hora de la libertad

El problema es sin dudas complejo y las formas de abordarlo son de lo más variadas. El actual presidente de la República Argentina está convencido de que la mano invisible del mercado terminará por ordenar todo para (en el largo plazo y a costas del sacrificio popular) establecer el equilibrio y el progreso social. 

Lamentablemente, la evidencia histórica de esta posición no es muy alentadora, al menos no para las mayorías. Tanto en Argentina como en otros países de la región ya se implementaron desregulaciones extremas similares a las que se impulsan hoy, y no redundaron en progreso social. Es cierto que en por un tiempo lograron controlar la inflación y la estabilidad cambiaria, al tiempo que promovieron la modernización en ciertas esferas de la vida pública. En Argentina recién con las privatizaciones menemistas fue posible contar con una línea de teléfono o acceder al cable de televisión a color. Pero en el balance macro, la subordinación de la acción política a las acciones del mercado ha favorecido la concentración de la riqueza, profundizó como nunca la desigualdad y garantizó una transferencia extraordinaria de ingresos desde la clase media y trabajadora a los sectores mas ricos de la sociedad que mudaron sus patrimonios al exterior.

Cerraron miles de PYMES, explotó el desempleo. No hubo derrame y el progreso fue para unos pocos. Las cacerolas, el helicóptero, la represión y los muertos en en Plaza de Mayo, el corralito y las cuasimonedas provinciales fueron el desenlace abyecto de aquella década neoliberal. 

La democracia argentina celebra 40 años. Un cumpleaños ambivalente, lleno de amenazas, deudas y desafíos. Se debate entre el pasado y el futuro. Se enfrenta y coteja relatos, discute aciertos y futilidades. Se hace revisionismo y se hace futurismo, mientras la marcha de la historia no se detiene. Los golpes y el terrorismo de estado quedaron atrás. Es la democracia que supimos conseguir. Se vive en paz y en libertad, que no es poco, aunque la mayoría de los argentinos merece y debería vivir mucho mejor. Si se pudo antes, se podrá entonces. Es la historia pendular.


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