fbpx

Un cuento feo para la cuarentena


por Francisco Laiseca

Al principio, el final se parecía a una de esas películas que nos excitan. Fue un virus. Posiblemente diseñado en laboratorios. Posiblemente heredado de algún ser vivo de los que componen nuestra supurada cadena alimenticia.

Como sea, hace rato el mundillo de la cultura progre venía anunciando los dos peligros.

Podía ser por culpa del ego de la ciencia capitalista jugando a ser Dios con el auspicio de los laboratorios, creando bichos en tubos de ensayo. O podían ser las consecuencias obvias de cuatro décadas de dieta a base de carne y espuma transgénica, comiendo como pollos, engordados con hormonas y sintéticos en un gallinero, bajo una luz incandecente durante 24 horas.

-Y empezaron las cuarentenas…

Mas estrictas en algunos lugares que en otros. Ciertos países tardaron más en asimilar lo que pasaba y asumir sus costos. Hubo miserias y egoísmos, pero también cada tanto gestos simpáticos para la tribuna. Populismo nacional y popular. Populismo oriental y occidental. Populismo conservador y liberal. Populismo de izquierda y populismo por derecha. Populismo científico y populismo religioso.

Todos tenían sus recetas y la gente compraba lo que más o menos la dejaba dormir un poco más tranquila.

Era de película, realmente. La cantidad de infectados empezó a sumar de a millones y las muertes ya se contaban de a cientos de miles.

Algunos empezaron a tener miedo, y a otros un poco nos fascinaba. Pensamos ilusos todavía que se venía un cambio cultural y espiritual, evolutivo y solidario. Que todo el tema del coronavirus iba a ser el punto de inflexión para construir un futuro más ecológico, solidario, justo y con menos grietas. Ilusos.

Claro, toda esa fantasía milenial fue antes de que empiecen los saqueos y las masacres en los primeros suburbios. El reality show de las estrellas en las redes sociales ya no podía seguir tapando del todo la barbarie.

-Pero la verdad es que pasó tan rápido…

Como en una producción de Netflix, empezó en China y por la globalización se esparció a todo el mundo en dos meses. Los aviones a los que tanto nos gusta subir se convirtieron en la jeringa que metió el coronavirus en todo el globo. Como el celular en el bolsillo de todo el mundo que dice made in China.

Y fue como una película de esas que nos gustan, porque al principio cayeron los grandes y los indiferentes: cayeron las potencias que no querían cuarentena, que mandaban a la gente a trabajar y a contagiarse igual.

Cayeron las economías de los poderosos y entonces todos pensábamos que era el karma, que ahora se iba a dar vuelta la tortilla. Que los de arriba se venían para abajo y que los de abajo le estábamos dando una lección a los de arriba. Una lección con la que por justicia divina, por fin, nos pondríamos por encima de ellos y los capos del mundo empezaríamos a ser nosotros.

La mitad de la cuarentena fue con redes sociales: era un torneo mundial de estupideces, desde la esperanza boba hasta la intimidad patética o la lástima infinita. Pero, a decir verdad, cuando fue el apagón de internet se extrañaron esas boludeces que mirábamos en el celular.

-Nadie creía que nos podíamos quedar sin internet

Pero se terminó. Se cortaron los cables, porque para sorpresa de muchos, Internet no era algo que flotaba en el aire entre las antenas de las telefónicas. Internet es una red de cables reales que cubre nuestro territorio y que cruza océanos para conectarnos con el resto de América, con Asia y Europa.

Bueno, esos cables… muchos se dañaron por la falta de mantenimiento y otros simplemente fueron desconectados, porque a esos cables no los maneja el gobierno, porque no son del Estado, pertenecen a multinacionales que pueden decidir cortarlos cuando lo consideren.

Y básicamente lo que pasó fue que, con la crisis, se hizo imposible que el país gire esos cuantos miles de millones dólares a las empresas. Entonces las telefónicas dijeron que no era rentable así mantener el servicio y desactivaron los cables que mandaban internet al país, como cuando no pagás el celular y te cortan la línea.

A todo este tema del apagón de internet no lo conocía nadie. Realmente. Nos enteramos bien cómo venía la mano gracias a que Alejandro Fantino lo explicó detalladamente en un especial de Animales Sueltos. Sin internet, sólo podíamos ver programas como el suyo y el de Viviana Canosa, porque son los únicos que agarraba la antena de la tele.

En fin. Volviendo al tema. La conectividad a internet quedó sostenida en una precaria red de tecnología satelital nacional. Podríamos decir que el Arsat-1 y el Arsat-2 salvaron un tiempo las papas. Como era costoso el mantenimiento y el servicio demasiado limitado, la conexión satelital a internet quedó reservada exclusivamente para el uso del Gobierno.

Además, casi nadie podía tener internet satelital en el celular.

La información y el contacto con el mundo exterior volvió a ser como en los años 80, solo a través de la radio, la televisión y lo que quedaba de telefonía fija. ¿Alguien tiene un teléfono fijo en su casa?

El apagón de internet fue lo primero que nos hizo dar un poco de miedo a todos.

Y cuando digo a todos me refiero desde el presidente Alberto Fernández hasta el último pícaro de nosotros.

La fascinación se empezó a convertir en ansiedad cuando eso que veíamos en la televisión -lo de los cadáveres y las fosas populares- dejó de pasarle solo a los poderosos y a los que no cumplían la cuarentena.

-Empezó a pasarle a todos…

Los barbijos, los hospitales colapsados, la violencia, los médicos desbordados, la pobreza matando por otro lado. Lo del Papa Francisco. La gente rezando en las ventanas.

Cuando empezó a pasar en pueblos completamente aislados, cuando empezó a enfermar y a hacer toser a medio puto mundo.

Cuando al corovirus se le dio por empezar a contagiar a los que ya había contagiado antes.

Cuando la mitad de los trabajadores del sistema sanitario quedó fuera de juego.

Cuando empezaron los apagones de electricidad durante el día para ahorrar energía.

Cuando se cayó el sistema y en el encierro nos dimos cuenta que éramos unos completos inútiles.

Cuando al coronavirus se le ocurrió mutar y se hizo más fuerte y más contagioso.

Cuando un par de jefes de estado murieron y otros tantos presidentes perdieron el poder en manos de revueltas populares, instigadas ante el ascenso de líderes autoritarios y facciones militares.

Cuando el trabajo se convirtió en una tarea de supervivencia y comer bien un lujo poco frecuente.

-Se fue todo a la mierda en semanas…

La película se puso fea. Muy fea. Se cortaron las transmisiones de televisión. El Régimen centralizó las noticias y empezó a  administrar la información que se difundía a la sociedad. Lo hacía a través de un comunicado cada medianoche por cadena nacional. Era tétrico.

Saqueos y puebladas en todo el territorio nacional, ley marcial y fusilamientos.

La Policía y los militares dejaron de usar uniforme, muchos desertaron del Régimen y se unieron a las revueltas.

Afuera en teoría hay Estado de Sitio.

Cada ciudad, cada barrio y cada gueto tienen sus reglas. Y cada tanto se reparten algunos bolsones con verduras viejas, arroz y fideos.

Hay contenedores para cuerpos cada tres cuadras que cada tanto son prendidos fuego.

-Esos olores…

Adentro vos y tu perro flaco. Caga y mea adentro porque no podés sacarlo, y hace rato viene comiendo el mismo arroz hervido que vos.

Llegó el fin del mundo, loquito, y es mucho menos elegante que en las películas. Esta vez ya lo asimilás y quedás mirándote la cara, pálida y con ojeras, con hambre, frente al espejo del baño.

Qué injusto, decís, la puta madre.

 


Compartilo con tus amigos!