Es el inventor de la tecnología como la conocemos hoy en día y de la democratización de esas innovaciones. Arrasó en el panorama laboral, claro, pero también consiguió llevar uno de los matrimonios más estables de la esfera pública (estuvo casado con Laurene Powell desde 1991 hasta su fallecimiento) y se ganó el reconocimiento a nivel intelectual y la admiración de los millones de personas que oyeron hablar de él.
Total, que si tuviéramos que preguntarle a alguien cómo conseguir éxito en diferentes aspectos de la vida, sería a Steve Jobs. Y tenemos mucha suerte, porque nos ha dejado el consejo.
En una entrevista para la Silicon Valley Historical Association de 1994, el tecnópata reveló que la clave del éxito es saber pedir ayuda. Fácil, ¿no? Y lo basaba en su propia experiencia. Steve contaba cómo él mismo tuvo que acercarse a Bill Hewlett (de Hewlett-Packard) para pedirle piezas para construir un contador de frecuencias. En este momento Jobs tenía 12 años y Hewlett no solo le dio lo que necesitaba, sino que también le ofreció un trabajo de verano.
Si las cosas son tan fáciles como pedir ayuda, ¿por qué nos cuesta tanto? Pues, siendo claros, por orgullo. Estamos obsesionados con ser perfectos y eso (además de hacernos infelices) hace que asumir que hay cosas que no podemos o no sabemos hacer es nuestro Everest. Necesitamos ser los más productivos, los más listos y los más jóvenes de la escala de mandos.
Claro que se nos olvida que Roma no se construyó en un día y que aún estamos (más o menos) lejos de la edad mágica a la que se consigue el éxito (entre los 40 y los 47 años). Pero, ¿sabéis qué? Sí que estamos rodeados de gente que ya está allí.
Absorbamos su sabiduría. Aprendamos de sus errores. Incorporemos sus consejos sin miedo a ser tratados como menos expertos. Porque lo somos, y eso está bien. Significa que aún tenemos mucho que aprender, y que de aquí al día de mañana solo podemos mejorar