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POR QUÉ Y PARA QUÉ | Le demos un empujón a todo esto


¿Por qué demandar memoria no es un acto sólo conmemorativo sino también performativo? En un nuevo Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia bien cabe cuestionárselo.

La memoria como proceso cognitivo es uno de los grandes pilares sobre los que se funda nuestra identidad personal. ¿Quiénes seríamos acaso si no recordáramos nada de lo que ha acontecido en nuestras vidas? ¿Tenemos tanta cantidad de años de vida o de memoria? Saber de dónde provenimos, por qué estamos donde estamos y conocer qué queremos para un futuro son cuestiones que sólo parecen ser posibilitadas merced a tener una memoria activa.

Sin embargo, pese a ser eje central de nuestra existencia, solemos tener conflictos de memoria frecuentes, sufriendo diversas estrategias de nuestra mente, confundiendo lo real con lo imaginario. ¿Cómo sabemos si esos primeros recuerdos de nuestra infancia se dieron tal como los recordamos o los hemos construido con relatos de nuestro entorno? ¿Podemos estar cien por ciento seguros de que nuestros recuerdos reflejan lo verdadero respecto a un hecho sucedido?

Ahora bien, podríamos hacer una analogía entre la memoria individual de los sujetos y la memoria colectiva de las sociedades. Las sociedades a través de su historia también construyen su identidad buscando que la memoria sea un elemento que conglomere su pasado pero también que transforme su presente a través del proceso de evitar repetir errores.

En este sentido cabe preguntarse por qué si la memoria se vuelve centro de la existencia año tras año debe reforzarse.

Es que claro, a priori esperaríamos que algo tan trascendente se defienda por sí solo y tenga un peso específico que le dé estabilidad. No obstante nuestra propia lógica de vida hace de la memoria algo fugaz.

Detengámonos por un momento en nuestro presente y en la importancia de la velocidad. Quien es veloz es poderoso. La exigencia de rapidez en la transmisión de la información, el cambio vertiginoso y el tiempo como un commodity efímero desplazan a la memoria a largo plazo y abrazan a la de corto plazo. Pareciera que no hay ni tiempo ni espacio para acumular todo, por lo que cada dato va reemplazando al anterior.

Así pues es esta condición actual la que logra que la memoria se vea vulnerable ante todo tipo de ataques y de cuestionamientos sin fundamentos. Estamos inmersos, pareciera, en un renacimiento del pensamiento de los sofistas antiguos, de su postulado “todo lo que es, puede ser de otra manera”. Es que, si bien no se trata de establecer un “recuerdo oficial” dogmático y autoritario, tampoco carecer de cualquier basamento logra una reconciliación social.

Claro que si sostenemos que la memoria hace a la identidad debemos reconocer entonces que se transforma en un terreno de poder, de batalla social y política. Por lo tanto, reclamar memoria e incluso tener un día especial para ello se convierte en un acto de rebeldía ante el modo de vida que como sociedad adoptamos casi hasta el límite. Implica poner un freno en nuestras vorágines diarias para recordar quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde queremos (y no queremos) ir. De esta forma la lucha por la memoria es una lucha política que no necesariamente representa una voluntad de homogeneización sino más bien un grito de advertencia. Recordar es también actualizar.

Sin ir más lejos en Europa se da un crecimiento del pensamiento fascista en generaciones que no han sufrido las consecuencias de los regímenes autoritarios de principios del siglo XX. Por ello es que ante las generaciones “olvidadizas” cada acto de memoria no busca sólo contar viejas historias, más bien pretende traerlas al presente para que sus horrores no amenacen con volver. ¿Por qué es necesaria entonces la memoria? Porque sólo a través de ella podemos re-significar el dolor en esperanza.

fuente: Editorial Minuto Uno 


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