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Bolivia: el golpe de Estado y la crisis político/social, explicada

Ante una América Latina que transita su peor escenario regional desde la transición democrática consolidada en la década de 1980, se sumó la renuncia de Evo Morales en la presidencia de un país inmerso en la incertidumbre desde las elecciones del 20 de octubre último.


Por Daniel Maffey, filo.news

Cuando nos hacemos preguntas elementales y necesarias para (y de) una democracia como “¿quién es el Presidente de tal país?” o ¿cuándo va a haber elecciones? y no tenemos respuesta, lamentablemente estamos transitando una crisis política e institucional.

Cuando el comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas sugiere al Presidente de turno renunciar a su mandato y este lo hace menos de tres horas después, estamos ante un golpe de Estado.

Tras un golpe de Estado ejecutado sobre la Presidencia de Evo Morales Ayma, el Estado Plurinacional de Bolivia transita una crisis política e institucional profundizada y evidenciada tras las elecciones generales del domingo 20 de octubre.

En el día de ayer, y tal como él mismo se encargara de resaltar, tras trece años, nueve meses y 18 días, Evo dejó de ser el Presidente de Bolivia.

Junto a su renuncia y la del Vicepresidente Álvaro García Linera, la fuga de una mayúscula parte de su Gabinete y espacio político (MAS), que deja en mayúscula y negrita el interrogante de saber quién preside el país con un durísimo signo de interrogación.

Porque por un lado la Constitución plantea en su artículo 169 que “en caso de impedimento o ausencia definitiva del presidente del Estado, será reemplazado en el cargo por el vicepresidente y, a falta de éste, por la presidenta del Senado, y a falta de ésta por el presidente de la Cámara de Diputados. En este último caso, se convocarán nuevas elecciones en el plazo máximo de noventa días”.

Pero ni el Presidente ni su vice, ni la encargada del Senado (Adriana Salvatierra) o el o Diputados (Rolando Borda) están, por lo cual se encargaría la tarea a los dos vicepresidentes de ambas cámaras legislativas, sabiendo que si ninguno acepta el cargo, puede asumir el decano de los senadores o diputados, es decir, el más mayor de ellos, hasta que alguno de los 166 parlamentarios asuma.

Pero sabemos que el tránsito entre la Constitución y la realidad quedó interrumpido hace rato por lo que esta explicación solo le da tintes de formalidad a una situación que ya dejó de serlo.

Pierde empatía con la democracia hablar de cómo se llegó hasta acá. Esto no supone desconocer que el desgaste de casi catorce años, el pisoteo del referéndum (21-F) que imposibilitaba su candidatura o la falta de renovación en las primeras líneas de su partido no prestan importancia, pero nunca esas variables pueden sobreponerse a la ininterrumpida y creciente militarización que Latinoamérica transita.

A los ensayos de administración de crisis que Lenín Moreno en Ecuador o Sebastián Piñera en Chile buscan construir ante una región con experiencia de sobra en el intento de hacer aceptable la intervención de los militares en la resolución de los distintos problemas de una sociedad, a tal punto que se termine normalizando.

En el día de ayer Bolivia dejó de ser un modelo de país para sumarse con algunas atribuciones dispersas en la región (golpes de Estado, militarización, violaciones a los derechos humanos, polarización, etc) como otro caso de una América Latina que transita su peor momento desde la transición democrática consolidada en la década de 1980.


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